Hace
relativamente poco estuve en unas jornadas de moda en las que una de las mesas
de debate se centró intensamente en el lujo made in Spain. Una de las
conclusiones más importantes fue la reivindicación de la artesanía y del
oficio, ambos valores en peligrosa extinción en España, cada vez más rendida al
culto de la fast fashion. Uno de los datos que más me llamaron la atención fue
el de la extinción de los abanicos. Loewe comentó que en Valencia solo queda un
artesano de este complemento tan bello y tan español.
El valor de lo artesano
Llevo
tiempo pensando en el binomio fast fashion-slow fashion. España es cada vez más
un país de speedy-to-wear, tendencia en la que por razones primordialmente
económicas caemos todos. Pero. Porque hay un pero. Qué pasa con slow fashion,
ese placer de moda más allá de los modos que nos brinda piezas que perduran y
que son una inversión? Qué ocurre con ese valor artesano y cultural de las
prendas que más allá de adornar expresan una personalidad – a ser posible la
nuestra propia- y que pueden permanecer en el armario a pesar de la tiranía de
las tendencias? Aquí la moda no tiene sexo, hablo de la moda como el arte del
vestir a todos los niveles.
La capa: el slow fashion exquisito
Gracias
a una maravilla llamada serendipia he
tenido la gran suerte de colarme entre los vuelos de una capa. Una capa española, para ser precisos. Porque la capa es una prenda muy de España. Y no
me ha podido emocionar más ese viaje casi secreto porque es donde he encontrado
el sentido de la artesanía de la que hablaban en esa mesa lujosa hace casi un
mes.
Capas Seseña, escondida en el Madrid más
castizo (calle de la Cruz 23, Madrid) y recorrido clásico de sastrerías de
época, lleva más de un centenar de años cortando patrones a partir de
románticos metros de paño de lana y confeccionando la prenda más inquieta de la
moda: la capa. La capa es sinónimo de la elegancia del movimiento, envuelve,
viste, estiliza, dramatiza y un sinfín de atributos más.
Fellini, Picasso, Mastroianni, Deneuve, Fonda son algunos de los nombres que ingresaron
en el club de la capa Seseña. Un club selecto precisamente por estos tintes de
la intelligence que supo apreciar el
sabor exquisito del vuelo de una capa hecha con amor artesano.
La capa y el arte: Pablo Picasso fue un gran amante de la capa Seseña.
Hoy la capa es
una prenda – aún dramática en su expresión- que ha bajado a la calle. Si Loewe
rescató el mantón de manila, Capas Seseña nunca ha dejado de seguir creyendo en
la magia de la capa. Democratización y sed de aterrizar los patrones más
exclusivos a la gran pasarela de la moda: las ciudades. La capa de los Seseña
pasea por las urbes y diversifica su clientela: es bonito este logro de hacer
permanecer el sentir de una prenda con tanta historia.
El encuentro del club de amigos de la capa versus Sartorialist y su 25 Lunch en Florencia. El estilo gentleman como denominador común.
He
visto capas en las calles de París, en las de Nueva York, en las de Roma y
Florencia. La capa y la ciudad es una estampa cada vez más frecuente. Y yo me
sumo a este movimiento capero como una caperucita moderna. Con una capa Seseña,
por supuesto. Vayan a colarse bajo los vuelos de una capa: www.sesena.com (Facebook: Facebook.com/sesenacapas y twitter: @capas_sesena ).