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el placer
de caminar sin rumbo, simplemente caminar. Descalzos, con bikini y si es por la
infinidad de las playas bonitas, aún mejor.
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la libertad
del verdadero open space. No el de las oficinas; me refiero a la barra libre de
bosques, dunas, playas y mar. Allá donde estemos. Siempre al aire libre. Y con mucha protección. Mi flechazo anti-nariz roja: el stick de La Prairie.
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dorarse los
pies y las manos. No hay mayor disfrute ni placer que dejarse abrazar por la
brisa. Hasta que los pies y las manos se nos pongan morenos.
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reducir el
neceser a un único trío: el pintalabios, colorete y pintauñas. Todo lo demás
sobra. Aunque yo multiplico los rouges sin límites...
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nutrir las
pestañas: todos los veranos aprovecho para hacerme una cura de pestañas. Fuera
el rimmel, dentro los tratamientos de Talika, Belcils o Germaine de Capuccini,
este último mi gran descubrimiento de este verano.
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Hacer deporte.
Y además disfrutarlo porque en verano no es obligación, sino placer. El mejor
preludio de la reentré. Porque sienta bien y punto.
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Cambiar
los tacones por las sandalias, como las Michael Kors de la foto. Disfrutar de la vida en plano y del pie sin más
adorno que un esmalte de uñas.
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Leer:
cuando, donde y como sea. Ficción a voluntad. Reconozco que desde que tengo el
Kindle facturo las maletas con mucha mayor tranquilidad. El papel se queda en
la mesita de noche esperando pacientemente su turno en septiembre.
A
esto por supuesto le añado charlar con una buena copa de vino al lado. Pero de
los vinos de palique toca hablar en otro momento. Feliz verano.